Los feos nubarrones presagiaban de todo menos felicidad mientras la madre ponía dirección al hospital. Los niños permanecian sentados en silencio, el mayor delante y los otros dos detrás.
Las ventanas reflejaban la tenue luz otoñal mientras se empañaban debido a la fria lluvia que caía en el exterior.
Dejaron el coche en el aparcamiento y entraron en el enorme edificio. Recibidos por frías paredes y altos techos, avanzaron hacia la habitación que contenía el motivo de su visita.
El olor a desinfectante lo invade todo mientras caminan por esos pasillos de resbaladizos suelos y silencio sepulcral. Suben unas escaleras y llegan a un pasillo plagado de inumerables y feas puertas marrones. La que buscan tiene un 164 gravado justo en el centro.
Avanzan por el desolado pasillo en busca de la puerta, los números se suceden más rápido de lo que todos desean, pues ninguno quiere chocar con la cruel realidad que les espera tras esa vieja plancha de fea madera.
Llegan hasta ella y se detienen. Están allí los cuatro, parados delante de esa puerta sin saber que hacer, resistiéndose a seguir, o quizá solo reuniendo las fuerzas necesarias para hacerlo.
Al cabo de unos instantes la madre toma las riendas de la situación y fuerza el desenlace abriendo lentamente la puerta. Entra sigilosamente en el interior, con los niños siguiéndola como autómatas a un paso de distancia.
Dentro, postrado en una cama, está su abuelo, padre para la madre. La antaño gran y vigorosa figura paternal que desempeñaba ese hombre, yacía totalmente desdibujada entre las sábanas, abatido y desorientado, al saber cercano su final.Estában alli para despedirse, los niños lo sabian a pesar de que nadie se lo habia dicho. El hombre los observaba con ojos vidriosos y mirada desorientada, como intentando explicar sin palabras lo inexplicable. Intentando justificar algo que escapaba a su comprension: como un hombre bueno y honesto, que hasta hace unos meses emanaba fuerza y felicidad, se habia visto reducido a tan poca cosa, a tan triste final.
Sobraban las palabras y faltaba el aliento, por lo que la madre, después susurrar algo al hombre, dió por finalizada la despedida y se dirigió hacia la puerta. El hombre, con lágrimas en los ojos movia la mano en forma de despedida desde la cama, y los niños gravaban a fuego esa última imagen mientras se alejaban de él para siempre.